domingo, 20 de diciembre de 2015

La Voz del Silencio

Caminando por la plaza una tarde me encontré con él. Sus ojos tristes me habían hipnotizado. Era unos treinta centímetros más alto que yo, de piel tostada, cabello hasta los hombros de color café igual que sus ojos, algunos detalles le quitaban la perfección, pero mi mente me hacia ignorarlos. No estaba interesada realmente en su persona, pero la curiosidad por saber que le sucedía no me permitía dejar de observarlo, por lo que me oculté en un árbol cerca de él.
Sin previo aviso volteó a mirarme. Su expresión era de pocos amigos, pero mi naturaleza obstinada no me dejó retirar la mirada, después de todo, mi escondite ya había sido descubierto. Su expresión se endureció aun más ante mi desafío silencioso.
-¿Tienes algún problema? _Su voz era fría, igual que su mirada y encajaba perfectamente con su apariencia de chico malo, pero en el fondo estaba segura de que sufría – ¿Acaso eres muda que no respondes? _Dijo levantándose de su lugar para acercárseme, era lógico, quería que yo saliera corriendo, pero no lo iba a hacer.
Asentí sin retirar la mirada ni un segundo. Regularmente la gente no me cree cuando les indico mi condición, pero él dejó de mirarme a los ojos aceptando en silencio su error.
-Lo lamento _Dijo sentándose nuevamente, esta vez, en la orilla de la banca, dándome un espacio. Volvió a mirarme con ojos tristes y yo le sonreí, indicándole que no había problema.
Estuve a su lado unos minutos, él no hablaba, se sentía incómodo con mi presencia. Tímidamente le toqué el hombro, luego mi pecho diciendo “yo” y luego indiqué las violetas junto al árbol donde me había escondido anteriormente. Era la única manera comprensible para que entendiera que me estaba presentado.
-¿Te gustan? _Preguntó. Me golpee la frente con la mano y repetí el gesto más lentamente pero con agresividad en mi mirada –“¿Tu… violetas?” _Descifró mas tímidamente, lo miré ansiosa por que comprendiera de una buena vez -¿Te llamas Violeta? _Asentí. Luego lo indiqué a él –Esteban _Respondió sin darle importancia.
Tras otro momento de silencio meditando cómo preguntarle, volví a tocar su hombro, esta vez pasé mi dedo índice por mi pómulo repasando el camino de una lágrima, posteriormente volví a indicarlo a él.
-No estaba llorando… _Respondió Esteban mirando hacia otro lado, yo solo negué cuando él me miró nuevamente –…Estaba pensando _Repetí el gesto de la lagrima poniendo cara triste, esta vez sí entendió la idea –No estoy triste, simplemente… me siento solo, como si nadie oyera lo que intento decir… _Se detuvo en seco –Lo siento _Dijo tras percatarse de la ironía de sus palabras.
Volví a sonreír para indicarle que no había problema, luego volví a poner mi mano en mi pecho diciendo “yo” luego negué e indiqué mi garganta, me miró sin comprender, repetí el primer gesto y en el segundo indiqué mí oído
–Gracias _Respondió entendiendo la idea.
Habló por mucho tiempo. Su modo de ver al mundo era bastante colorido en comparación al mío, la vida me hizo ver todo gris y no me permitió pedir ayuda. Él, en cambio, terminó guardando silencio por miedo, ya que sus iguales lo apartaban debido a su perspectiva. Su apariencia siempre fue temible, la aprovechó como armadura y así alejó a todos de su lado, obligándose así, a guardar todos esos colores con los que veía la vida en el fondo de su ser, siempre con la esperanza de que algún día pudiera dejarlos salir, y mostrárselos a quien lo quisiera.

Me pareció que solo pasaron segundos desde que me senté a su lado hasta que el cielo comenzó a tornarse naranjo y una brisa fría hizo que me estremeciera. Ese fue nuestro primer encuentro, pero no el último. Él fue la primera persona de mi edad en comprenderme y yo… simplemente fui la primera en escuchar aquello que él tenía que decir.

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