Silencio. No hay interrupción
en esa bóveda cerrada. ¿Es su idea o ya no hay más cosas en su cabeza? Intenta
recordar…
Nada.
¿Hacía cuanto tiempo que ya la
había perdido? Esa mañana, sabe Dios cuánto tiempo atrás, en el terminal de
buses, sus cabellos empapados por la llovizna, un beso fugaz e igualmente, una
fugaz mirada habían sido su despedida. No hubo tiempo para la emotividad, pero
sabía que ese autobús se llevaba gran parte de él. La parte restante se dividía
entre la que quería gritarle lo que sentía por ella y la que deseaba llorar a
mares por su pérdida. Pero ahí, en ese momento, en esa bóveda cerrada ya no
sentía nada.
Su corazón ya vacío, limpio por
las lágrimas que derramó esa noche por ella, solo late por cumplir su función.
A veces cree sentir su aroma entre sus cabellos, como si durante toda la noche
su cabeza hubiese reposado junto a la de él. Solo entonces vuelve a latir con
fervor, late por amor, no por bombear sangre. Pero no pasa mucho tiempo antes
de sentir el dolor por su latir roto. Lo lastima como si el engranaje que
faltara dañara todo el sistema por una pieza que insiste en continuar
moviéndose en mala posición, como si cada movimiento de su corazón destruyese
esa máquina ahora disfuncional desgastando el material quién sabe hasta qué
momento… el aroma se va y solo queda el silencio de esa bóveda cerrada donde se
encuentra.
Desde que la vio partir esa
mañana de llovizna que esa pieza faltante le dificulta el seguir viviendo. Su
corazón ya no late como debe. Sí, justo ahí, en el altar está quien le arrebató
esa parte que ahora no lo deja seguir en paz, de pie, junto a su amada.
El silencio ahora le molesta.
Arruga la frente y le mira con odio. “Por ti ya no la tengo a mi lado.”
Porque esa mañana gris por la
llovizna, en el terminal de buses, tras esa rápida despedida en la que ni
siquiera pudo repetirle lo que sentía por ella, todo terminaría. Nunca más
vería su mirada enamorada ni su sonrisa al verlo a él… Enjuga con ira las
lágrimas de impotencia que salen de sus ojos mientras lo ve con ella…
Ya no habría marcha atrás, una
vez salieran juntos, deberían pasar al olvido para poder vivir… ¿Cómo olvidar
lo que aún vive en él por ella?
Su llanto se perdió en el
bullicio del terminal. Pero el bullicio se perdería por un fatídico estruendo.
Ahora su corazón está roto,
pero el de ella se había destrozado para no latir más.
Entre cánticos, su amada sale
de la iglesia con la compañía de su Dios. Nunca más la vería, ni sentiría su
olor, ni oiría su voz, no podría volver a saborear sus besos ni a tomar su mano
con la ternura que merecía.
Los cánticos se alejan y su
corazón vuelve a latir agónico. Ese día el bus se llevó una parte de él y
ahora, solo en la bóveda de la iglesia, lo único que llena ese espacio, es el
silencio de quien jamás volverá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario