El reloj no deja de avanzar. En la habitación solo queda su
repiqueteo como prueba del tiempo incontenible, latido ahogado por los ruidos
naturales de una casa moderna. Los electrodomésticos no dejan de funcionar, son
la única compañía que llena el vacío y ahoga el silencio. La madrugada ha
vaciado las calles e incluso el coro de perros ha concluido su función.
En un lugar sin importancia de esta noche encantada, rodeada
de un silencio inexistente en la ciudad a esas horas habitada por la presencia
inapreciable de quienes sin moverse viajan al sueño, me encuentro yo.
Con tanta comodidad como si reposara por primera vez en un
lecho ajeno y con la molestia desesperante de mis propias sábanas rozando mis
pies desnudos, estoy intentando conciliar el sueño. Nunca antes mi almohada me
había maltratado tanto como para no permitirme descansar sobre ella. Nunca
antes las mantas osaron aplastarme hasta hacerme sentir ahogada. Nunca había
notado lo infinitamente enorme que era mi cama. Y como si fuera poco, nunca
antes había estado tan consciente de mi misma. Puedo sentir cuantos latidos da
mi corazón, cuantas respiraciones doy por segundo, cómo se mueven mis entrañas ya
vacías a esta hora…
Pero, aun así, la incomodidad física no es nada comparado a
los tormentos de mi propia consciencia semidormida. La acentuación de mi mal
estar se lo debo a ella, y por mucho que lo intente, el vacío que siento en mi
corazón (generalmente ignorable) está más presente que nunca. Está ahí, tan
nítido como el vacío de mi estómago pronto a desayunar. Me falta algo y no se
me permite olvidarlo.
Tal como la evocación de Eleonora por el incienso celestial[1],
el removerme en las sábanas deja escapar los restos de su perfume, llevándome
directamente a sus brazos. Ya no son las sábanas quienes me arropan, si no su
calor. Ya no soy sostenida por la almohada, si no que por su pecho. Ya no
siento el tic-tac del reloj, si no su corazón. Inspiro profundo antes que su
olor se pierda junto al recuerdo. Una parte de mí sabe que es una fantasía,
pero mi cansado corazón quiere ser envuelto por ella.
¡Lo extrañaba tanto! En la oscuridad de la habitación puedo
ver su sonrisa y sus profundos ojos de enamorado observándome. Siento el rubor
en mis mejillas y esa sensación en el estómago que nunca dejó de darme al verlo
sin importar el tiempo que llevemos juntos.
Pero no.
Aúlla un perro afuera de mi ventana. Despierto del ensueño
antes de siquiera disfrutarlo. Mi consciencia ganó: me convenció de que era
falso.
Me siento en la cama esperando encontrar algo. Siento un
tirante de mi camisola deslizarse por mi hombro y dejarlo desnudo. Aun
desorientada, me percato de mi soledad únicamente por mi falta de pudor, si
hubiese alguien instintivamente lo hubiera puesto en su lugar, o al menos me
habría alisado el cabello con las manos para no estar tan desaliñada. Escudriño
la oscuridad, esperando encontrarlo, pero claro, no está ahí. Me abrazo
reprimiendo un sollozo. El resto está en silencio (o al menos tanto como se
puede en ese lugar y a esa hora.)
Me recuesto así, dejando que mis pensamientos vuelvan a
invadirme.
¿Dónde está él?
No lo sé.
¿Volverá?
Quizá. Siempre está la posibilidad de que no lo haga… podría
encontrar a otra o morir. Incluso podría morir yo antes de volver a verle.
Así es la vida.
Veo la hora. Suena la campanilla del reloj, hora de salir de
la cama. La desconecto, no tengo responsabilidades hoy. Volteo para conciliar
el sueño.
Esperaré la segunda alarma antes de levantarme. Tal vez para
entonces ya esté dispuesta a despertar de verdad.