Abigail no celebra navidad, no
es de ninguna religión, tampoco se opone a ninguna, en realidad, a Abigaíl no
le interesan las fiestas, para ella todos los días son iguales, vive la vida
según le dictan sus instintos intentando divertirse al máximo. Pero, no por
todo ello a Abigail no le gusta esta festividad. De todas las festividades que
puedan tener los humanos y que ella ha visto, la navidad es la que más le
agrada.
La noche del 24 notó cómo la
gente iba desapareciendo de las calles. Eran pocas las tiendas que aún tenían
luces para cuando el sol se fue, ella se divertía buscando las que tuviesen aun
esas pequeñas luces de colores parpadeantes encendidas. En el fondo de la calle
donde acostumbraba a pasear, en la calle
del gran árbol luminoso, se oía un ruido común para ella, pero que esa vez la hizo
sentir más feliz… no, felicidad no es la palabra. Abigail se detuvo para
entender qué era lo que sentía, cuando un ruido la sobresaltó y la obligó a
esconderse, era la cortina de metal de la última tienda que quedaba abierta,
algunas personas hablaban y reían mientras la terminaban de bajar y poner los
candados, todos se despidieron y se perdieron, pero una mujer joven se quedó
quieta, miraba el árbol luminoso, como
una madre mira a su hijo dormido, como quien mira una estrella o algo aún más
hermoso, Abigail salió de su escondite y miró también, algo en la sonrisa de la
mujer le produjo tanta curiosidad que no pudo evitarlo. De pronto la mujer se
volteó, y observó a Abigail aun con la misma sonrisa, dio un paso hacia ella
pero volvió a su escondite antes de que pudieran hacer cualquier tipo de
contacto, la mujer se acercó al lugar sin invadir su espacio, desató el nudo de
su bolsa y sacó un envase plástico con algunos restos de comida. Olían
deliciosos.
-De saber que te vería hoy, te
hubiese dejado más _Dijo la joven sin dejar de sonreír –Espero que te guste.
_Se despidió antes de partir
Solo cuando estuvo segura de
que ya no había nadie más cerca salió de su escondite, olfateó lo que le dejó
la joven una decena de veces antes de tomar el primer bocado, pero una vez en
su boca, no pudo aguantar y engulló todo. Mientras se saboreaba de su primera comida
en días, miró nuevamente el árbol luminoso, de verdad no había nada más bello e
hipnótico… tal vez eso sentían las polillas.
El tiempo pasó. Abigail estaba
recostada junto al árbol luminoso cuando un hombre pasó corriendo. Solo por
diversión, lo siguió, guardando siempre la distancia para que no la viese. El
hombre jadeaba y jadeaba pero no dejaba de correr haciendo que las luces que
colgaban sobre la calle se volviesen líneas pasajeras. Ella notó que el ruido
que había oído antes se acentuaba en el ambiente y, a diferencia del hombre que
corría, se detuvo frente a la fuente de origen. Era un dorado instrumento, de
forma graciosa, con muchos botones, el muchacho que lo manipulaba, lo llevaba
colgado al cuello y lo soplaba por el extremo más delgado, emitía un ruido
fuerte al salir el aire por el otro lado más grande, tanto que ella podría
sentarse en él si el hombre se lo hubiese permitido alguna vez. En vez de eso, lo
hizo en una banca, guardando distancia de aquel muchacho. Él la miraba pero no
dejaba de tocar su instrumento, nada la ponía más tranquila que eso. Algo la hizo
mirar hacia el árbol luminoso, que esta vez, con música, se veía más hermoso
aun. Pasadas varias horas el muchacho se fue, recogiendo todas las monedas de
la funda que tenía sobre el piso. Abigail se durmió un momento tras eso.
Más voces la despertaron. Un
grupo de personas pasaron junto a ella con cajas en las manos, ¡Olían a
comida!, decidió probar suerte y los siguió. Cada vez se alejaba más del árbol
luminoso. Llegaron a un lugar de verdad deprimente, Abigail arrugó la nariz y
se quedó sentada para observar qué harían con la comida, entonces notó que había
más hombres tirados en el piso, así como ella dormía, se tapaban con cartón y
miraban recelosos a los hombres de las cajas. Tras un intercambio de palabras,
todos comenzaron a desenvolver y compartir la comida. Era curioso que todos
esos hombres no estuviesen en casa teniendo una, si Abigail tuviese, no andaría
por ahí rastreando comida gratis, pero todos se veían felices compartiendo un
poco de comida y comiéndola en la calle a pesar de los olores que a nadie
parecía importarle. Uno de los hombres que antes llevaba las cajas la vio, al
igual que la joven del árbol luminoso, sonrió, abrió el pan que comía y sacó la
carne y el queso que tenía dentro, solo se quedó con la lechuga (lo que Abigail
agradeció, pues le hacía mal).
-Aquí tienes, minina. También
debe ser una feliz navidad para ti _Dijo el hombre sin dejar de sonreír.
Abigail solo levantó la cabeza (y luego el lomo) cuando el hombre le pasó la mano, pero no dejó de
comer.
El hombre preparó una de las
cajas ahora vacías, puso su suéter en su interior y dejó más carne adentro.
Abigail cayó en la trampa, comió y se durmió en su nueva y cálida cama, y antes
de que pudiera reaccionar estaba encerrada en ella… por eso no le gustaba
acercarse a la gente…
A través de unos agujeros que
no supo en que momento aparecieron, vio una luz y oyó algunas risas y expresiones
de alegría. De pronto sintió como la caja se movía mientras alguien la abría.
-¡Un gatito! _Gritaron dos voces
infantiles al mismo tiempo.
-Ya están en edad de tener
responsabilidad. Pero si no la cuidan la devolveré _Amenazó la voz del hombre
que la había hecho caer en la trampa.
Esta noche, Abigail cumple un
año en esa casa y aunque extraña a la joven que le sonreía y hablaba como
esperando respuesta mientras le daba los restos de su almuerzo y al muchacho que
tocaba (lo que sus amos alguna vez dijeron era un saxofón) mientras la miraba, no
siente necesidad de volver. En ese lugar tienen su propio árbol luminoso, es más
pequeño, pero a ella le gusta aún más, pues le cuelgan lindas pelotitas, que,
si se rompen, ya sabe que serán para ella.
Sí, Abigail es una gata y no
celebra navidad, no es de ninguna religión, tampoco se opone a ninguna, en
realidad, a Abigaíl no le interesan las fiestas, para ella todos los días son
iguales, vive la vida según le dictan sus instintos intentando divertirse al
máximo con los juguetones niños de la casa. Pero, no por todo ello a Abigail no
le gusta la navidad, porque fue ahí donde alguien la encontró.